Hoy vengo a hablar de algo de lo que se habla poco y, sin embargo, afecta a la mayoría de las mujeres: el estrés. Ese estado fisiológico que, de manera puntual, nos pone en alerta y nos ayuda a huir de un peligro o a luchar ante una situación compleja. Pero ¿qué ocurre si sufrimos este estado de manera mantenida en el tiempo? Pues te adelanto que nada bueno.

El estrés implica a unas hormonas llamadas cortisol y adrenalina, aunque la mayor protagonista va a ser el cortisol, la cual se segrega por unas glándulas situadas encima de los riñones. Como decía, esta hormona en sí no es “mala”, tiene su función a muchos niveles cuando se trata de salir exitosas de una situación peligrosa o complicada. El problema está en que la segregamos con demasiada frecuencia en nuestro día a día y esto tiene sus consecuencias.

A nivel hormonal

El aumento de cortisol produce un aumento de los niveles de glucosa y una resistencia a la insulina (molécula que te protege de la obesidad y sus consecuencias). También aumentan las endorfinas (opiáceo que segrega tu cuerpo), lo que conlleva un aumento de la glucosa. Y, por último, aumenta la hormona del crecimiento, lo que se vuelve a traducir en un aumento de la glucosa para nutrir ese crecimiento. En definitiva, se produce un incremento importante de la glucosa, lo que acaba traduciéndose en sobrepeso y obesidad.

A nivel reproductivo

Se produce una detección de la producción de hormonas sexuales (estrógenos y progesterona) y un aumento de la prolactina (hormona que detiene la producción de las hormonas sexuales). Además, desaparece la líbido y disminuye la irrigación de los órganos sexuales. Ya que el cuerpo entiende que si te encuentras en peligro no estás en condiciones para reproducirte y traer al mundo a una criatura.

 

¿Esto es irreversible?

¡Claro que no! Cada día tienes la oportunidad de vivir en calma y darte la oportunidad de cuidarte y mimarte como te mereces. ¿Se te ocurre cómo?